Retratos de escritores

El clima de Anna Oswaldo Cruz
Por Ignacio Vidal-Folch

Al llegar a Barcelona Anna Oswaldo Cruz se propuso retratar a los escritores de la ciudad, y, como se puede ver por su excelente trabajo, lo consiguió, en un blanco y negro tanto más estilizante cuanto funerario: “No hay nada como la muerte para mejorar la gente”. Supongo que la elección de ese gremio responderá a alguna simpatía, a alguna inclinación literaria de la artista, porque es cosa sabida que los rostros de la gente que escribe no tienen nada especialmente particular o llamativo, salvo quizá el de Beckett, que de todas formas en su tierra natal ni siquiera es insólito. Ni siquiera creo que la cara de nadie sea fiel espejo de su alma, ni que uno, a determinada edad, sea responsable de su rostro, como afirman un refrán y un famoso aforismo. Las caras de la gente no son más que un campo de expresión, y sus variaciones morfológicas, innecesariamente infinitas, una prueba más de que la Naturaleza derrocha. Para la artista fotógrafa, se trata de temas o modelos útiles para construir un clima elegante, intimista, moderadamente dramático, cargado de una tensión apacible, despojado de elementos ornamentales, el clima de Oswaldo Cruz.
Mi cara es una de las herramientas que ella ha elegido para esa construcción, y me divierte que la haya dotado de lo que suele llamarse “una rica vida interior”, aunque sea una vida prestada, la “cara prestada” que canta Paolo Conte, y la exponga en compañía de estos refinados simulacros de los autores de libros que he leído y disfrutado... ¿Qué más decir, siendo parte aquí? Si el retrato no es de cuerpo entero –si aísla el rostro de las partes menos expresivas y más utilitarias del cuerpo, las que lo relacionan más con el mundo– tiene por definición algo melancólico y desasosegante, aunque su multiplicación gracias a las casas Canon y compañía lo haga parecer un hecho trivial. Por eso un escritor hoy ya clásico, para quien la reproducción fotográfica de la realidad todavía no parecía tan trivial, se sorprendía en 1927 al saber su “sombra” capturada en la foto de una familia de unos desconocidos: “My likeness among strangers / one of my august days / my shade they never noticed / my shade they stole in vain”.


Primeros planos
Por Radamés Molina

En estas imágenes los modelos posan erguidos, en casi todas descansan sobre una misma silla y un fondo gris, enmarcados en un recuadro rectangular. A veces están algo inclinados hacia delante y tienen una mirada altiva. Por lo general son rostros atractivos o tienen al menos una mirada profunda. Así descritas, estas fotos no parecen traicionar la idea que todos tenemos de un retrato clásico; podría decirse también que están hechas con esmero (aunque en ocasiones los modelos la hayan rechazado por no sentirse suficientemente atractivos).
Hay que añadir que todos, o casi todos, los que comparecen en estas fotos son escritores y que tienen temperamentos fuertes y suelen querer sacar a las superficies de sus rostros la intensidad de sus “pensamientos” o la voluptuosidad de sus “vidas apasionadas”. Por lo que en ocasiones los gestos son marcados.
Sin embargo, aquí los encuadres cortan una cabeza justo a la altura de la frente o cierran el plano de la imagen asimétricamente y recortan así diferentes puntos de intensidad de los modelos: la sonrisa hedónica queda a un lado de la imagen, el rictus de dolor aparece en el centro de la composición sin que parezcan tener importancia otros detalles. Se trata de primeros planos que paradójicamente están rodeados de un entorno, en los que las dimensiones y la presencia del resto de las cosas no quedan soslayados.
El último detalle de estas imágenes es que parecen haber sido hechas un segundo antes o un segundo después de que el modelo pose para la foto; siempre antes o después de que se muestre con complacencia, justo cuando aflora una parte insospechada de la persona retratada.